Por Mauricio Vergara
Investigador CREAS

En los últimos años, se han transformado tanto las demandas de los consumidores en el campo de la alimentación como el concepto mismo de alimento: ya no se trata únicamente de proporcionar los nutrientes necesarios para el correcto desarrollo y funcionamiento del organismo humano, sino también de prevenir enfermedades y mejorar la salud física y mental de los consumidores.

Es en este contexto que los alimentos funcionales juegan hoy un papel destacado en la alimentación. Si bien no existe una definición oficial para este tipo de alimentos, que sea común a todos los países, pueden definirse como alimentos que pueden proporcionar beneficios para la salud, más allá de la nutrición básica.

Los primeros alimentos funcionales fueron desarrollados siendo enriquecidos con vitaminas, ácido fólico, calcio, hierro y zinc. Posteriormente, se han incorporado moléculas como ácidos grasos omega-3, fibra soluble y micronutrientes como polifenoles, carotenoides, entre otros.

Añadir estos compuestos hace suponer que obtener un alimento funcional es un proceso simple. Sin embargo, no lo es, ya que no podemos afirmar que toda molécula funcional adicionada a un alimento sea capaz de generar un beneficio a la salud. Para alcanzar la “funcionalidad” de un alimento es necesario que su molécula «bioactiva» permanezca «biodisponible»; es decir, que la mayor parte de su contenido presente en el alimento logre llegar al tejido o célula objetivo donde se espera ejerza el efecto benéfico.

Tomando en cuenta lo anterior es que podemos hacer la siguiente pregunta: ¿la formulación y producción de alimentos funcionales actualmente está considerando en su diseño y creación, la biodisponibilidad de las moléculas?

Para lograr que un alimento funcional sea exitosamente biodisponible, se hace necesario estudiar los procesos de ingesta y digestión, donde los factores propios del alimento ­–como la composición de su matriz y sus propiedades fisicoquímicas– sean analizados conjuntamente con las modificaciones propias del proceso digestivo provenientes de la saliva, bilis, páncreas y otros compuestos del sistema digestivo; así como el proceso de absorción, difusión y transporte de moléculas a través de la pared del tejido epitelial hacia torrente sanguíneo; y el metabolismo de xenobióticos al que están sujetos.

Con esta premisa, podemos dar respuesta a la pregunta anterior. Afortunadamente, hoy en día, y de manera creciente, la industria alimentaria está creando y fortaleciendo su vinculación con universidades y centros de I+D+i en la búsqueda de generación de conocimiento con fines aplicados, y es así como diversos grupos de investigación se encuentran abordando esta interesante temática, donde tanto modelos in vitro como in vivo permiten estudiar cada una de estas etapas y sus interacciones, entendiendo de forma más acabada el complejo proceso de nutrición y generación de salud asociado a la ingesta de alimentos, y permitiendo generar nuevos y mejorados alimentos funcionales a partir del uso de novedosas tecnologías.

Sin duda, la demanda de alimentos seguirá creciendo, al igual que la población mundial y sus necesidades de salud. El verdadero desafío se encuentra en encontrar financiamiento que permita el desarrollo constante de estudios y análisis para que, en un futuro, a través del conocimiento generado y de estas nuevas tecnologías, podamos transformar los alimentos ya existentes en verdaderos superalimentos diseñados para garantizar una vida saludable.


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